4 de febrero de 2015

Genética industrial


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(Imagen de la película Inteligencia Artificial)

El oponerme a tantos obstáculos lleva a hacerme creer
que dejarme vivir fue una mala praxis médica,
un error de último momento
por falta de cálculo,
o por mantener una tecla pulsada demasiado tiempo.

Me trajeron al mundo con el cableado enredado,
con los contactos del odio y el amor confundidos,

mis sentimientos venían defectuosos de fábrica:
un amor entre exclamaciones dubitativo
y un odio interrogativo que chillaba,
ambos ofreciendo una blasfema respuesta,
sentimientos idealistas por defecto y sin freno alguno.
Un amor explorador,
por llamar de alguna manera al que nunca
ha recibido una bofetada.

Quizás el problema se remonte a cuando Cláudia
me enseñó a columpiarme en el parque olvidado del barrio,
si cuando cojo el impulso del amor el pedal de freno y odio se aleja
y viceversa.
Fui la tercera obra de madre fábrica,
la tercera (y última,
me temo) entrega de una producción en masa,
podría haber sido la versión más óptima del lenguaje humano
made in China,
pero aparentemente no soy más que otra aplicación
que a cada actualización espera que vuelvas.

Suena la alarma de la alegría de emergencia,
cargando su asimilación...

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